Y ahora dile a tu “yo” más joven: “Veo tu dolor”.
El cliente queda atónito por un instante. Me mira sorprendido.
Yo percibo que algo profundo se está gestando en su interior. Algo que finalmente puede respirar, salir, después de haber estado encerrado por años.
Apenas logra articular esas tres palabras sencillas y su voz se quiebra mientras sus palabras se asoman tímidamente, con esfuerzo.
El rostro de la persona que hace el papel de su “yo más joven”, frente a él, también comienza a desfigurarse. Siente algo inexplicable difícil de expresar, pero sin embargo verdadero. Tan verdadero como alguna historia personal suya.
En ambos surte el mismo efecto: el dolor de no haber sido visto ni reconocido por años.
Lágrimas se deslizan por sus mejillas. El “yo mas joven” se encoge de hombros como pidiendo que lo contengan, lo abracen.
“Hazlo”, le insto al cliente. “Abrázalo, pero desde la fuerza del aquí y del ahora. Si te vas de vuelta al dolor, te quedas con él en su dolor y en ese pasado.
Le animo a que una vez más repita la frase. La repite, y su representante se entrega totalmente. Ambos están conmovidos.
Un encuentro del “yo” adulto, maduro, fuerte, y aquel que quedó abandonado en algún cuarto de la infancia, la adolescencia, sin haber sido escuchado jamás.
Uno de los grandes aportes de Hellinger fue introducir el uso de frases y sentencias en procesos de terapia, de manera estratégica y sobre todo fundamental.
Una constelación familiar sin frases de poder no es una constelación familiar.
Origen de las frases de poder
Para ello se sirvió de la PNL, la terapia de hipnosis de Milton Erickson, entre otras herramientas. Sin embargo el secreto, en mi modesta opinión, radica más bien en descubrir el momento exacto, el instante preciso para hacerlo. Muy parecido a la técnica del anclaje en la PNL.
Una de las prioridades de esas frases es llevar a la luz de la conciencia un sentimiento, rabia estancada en el pasado, descontento generalizado, malestar, etc. mediante el uso de una frase especial.
Ciertamente una imagen vale más que mil palabras. Tan cierta como la frase bíblica “….una palabra tuya basta y mi alma sanará”.