Porque el trabajo sigue siendo para muchos sufrimiento, sacrificio y negación de placer
Ora et labora (reza y trabaja)
Estas tres palabras definen una concepción histórica del trabajo. Su origen mismo[1] nos da una idea de cómo se concibió durante una época y cómo ese concepto aún resuena en muchos de nosotros, aunque no lo queramos admitir.
¿Quién no se siente aliviado después de un arduo día de trabajo? ¿Quién no cree que se merezca una cerveza bien fría, sobre todo si le ha tocado trabajar bajo un sol de castigo todo un día?
¡Qué importa si se trata de una bebida alcohólica!. ¡El que trabaja se la merece!
Pero ¿tal es la “mala fama” que tiene el trabajo? Para no ir más lejos, les invito a encontrar el origen etimológico de la palabra “trabajar”. Es siniestro.
En el occidente el trabajo se ha convertido en esas ocho horas que nos “privamos” de estar con nuestras familias o de simplemente hacer lo que nos gustaría, para dedicarnos a realizar un “mal necesario” que justifica privilegios, lujos y placeres que otrora no serían tan bien vistos.
Hacia un nuevo paradigma del trabajo
Ahora bien. ¿Qué ocurriría si nuestro trabajo nos gustara tanto, que dejaríamos de percibir la diferencia entre trabajo y placer?
¿Es posible? ¿Es aceptable?
O solo se puede atribuir a un círculo de afortunados como actores, cantantes, pintores, etc.
Por otro lado:
¿Qué pasaría si concibiéramos nuestro trabajo como “arte”?
¿Es posible?
¿La responsabilidad y la seriedad con la que desempeñamos un trabajo se verían empañadas si nos gustara hacerlo?
¿Cómo hallar un denominador común que permita armonizar conceptos tan dispares y que en definitiva han moldeado y forjado nuestro pensamiento occidental?
A diferencia de la historia occidental, la oriental ha sido siempre más espiritual.
Dice Confucio “Ama tu trabajo y no trabajaras un día en tu vida”.
Los oficios orientales son un ejemplo. Los jarrones chinos, que fueron hechos por alfareros hoy se exhiben en museos como obras de arte de gran valor.
La mitología china nos ofrece un aporte precioso que demuestra hasta qué punto se concibe la fusión del trabajo con el arte.
Los herreros japoneses que fabrican las Katanas no se limitan a simplemente fabricar una espada. Una Katana bien hecha es una obra de arte y tiene su precio.
El elemento
Uno de los secretos es encontrar su elemento. Encontrar aquello en lo que uno es bueno porque ha nacido para eso.
Muchos jóvenes de hoy viven, estudian y eligen una carrera de acuerdo con criterios que los separan de quienes son, psicológicamente hablando. Elijen la carrera de administración de empresas, no porque tengan alma de administrador, sino más bien porque suena bien y sobre todo promete un puesto de trabajo bien remunerado.
Quizás un oriental te preguntaría ¿porque estudias administración, si lo que deseas es ser un buen vendedor? Pero claro, no hay carrera universitaria de “vendedor de empresas.”
Nuestra cultura occidental está tan enfocada en el ansia de enriquecerse materialmente que ha dejado de lado aspectos más espirituales como por ejemplo “el elemento”.
Ken Robinson lo describe magistralmente en su libro que justamente lleva ese nombre.
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[1] Ora et labora (en español: reza y trabaja) es una locución latina que expresa la vocación y la vida monástica benedictina de alabanza a Dios junto con el trabajo manual diario. De origen reciente (siglo XIX), la locución no se encuentra propiamente en la Regla de San Benito, sino que su esencia se encuentra, aunque con otras palabras, en la Lectio Divina (estudio meditativo de las Sagradas Escrituras).